martes, 13 de septiembre de 2011

Sweetgrass, arriba en las montañas


Recupero una crítica que escribí para el blog del Festival Punto de Vista en su VI edición.

Sweetgrass (2009) es una película de enorme belleza. De las que dejan un grato recuerdo y, con el paso del tiempo, nuestra memoria acrecienta sus virtudes y olvida sus defectos. Ver Sweetgrass es como irse de viaje. Uno debe sentarse en su butaca, con las luces apagadas, dispuesto a dejarse llevar al corazón de la naturaleza. Salvaje, peligrosa, y hermosa.


La película de Lucien Castaing-Taylor e Ilisa Barbash (a quien pude ver en su visita a la facultad) nos guía con paso firme a través de la odisea estival que protagoniza un puñado de cowboys. Su misión es subir un rebaño de ovejas a las montañas para que pasten durante el verano. Pero lo que para ellos supone sólo un oficio, para el espectador urbanita se presenta como una aventura emocionante, que nos sumerge en los entresijos de un trabajo desarrollado por cientos y cientos de personas durante varios siglos, y que hoy, en este mundo mecanizado y con prisas, llega a su fin. Tal y como se nos informa al terminar, la película registra el último viaje a las montañas realizado en toda esa zona. La cría de ovejas ya no es un negocio rentable y su práctica, al menos en Estados Unidos, va desapareciendo. Esta circunstancia convierte a Sweetgrass en documento de un oficio en extinción. 

Pero las apariencias engañan porque, como en toda película, la realidad está construida. El espectador es, en apariencia, testigo de ese último viaje, pero lo que en realidad está viendo es un único viaje construido a raíz de las grabaciones de tres veranos consecutivos. Ahora bien, no creo que esta pequeña licencia reste “verdad” a la película, sino que ayuda a construir la historia que se pretende mostrar gracias a una licencia que creo justificada.


La gran baza de Sweetgrass reside en su forma de contar las cosas. No impone una mirada dirigida, ni una lectura única. La película se posiciona dentro de la corriente del documental observacional. La cámara enfoca y encuadra lo que entiende que tiene mayor interés, pero suele hacerlo mediante planos abiertos. No existe una voz en off que guíe nuestra comprensión de la película. Tampoco manipulan nuestras emociones por medio de la música, ya que está ausente. Pero existe un curioso tratamiento del sonido (la grabación de las conversaciones por walkie-talkie), que nos permite escuchar los comentarios de los cowboys aún estando a metros y metros de distancia. Sólo el montaje revela las intenciones de sus autores. La selección de las imágenes (las incluidas tanto como las excluidas) y su ordenación siempre revelan una intención; pero en este caso los autores intentan reducir al mínimo su interpretación de los hechos para dejar que las imágenes y los sonidos hablen por sí mismos. La película da pie a que el espectador obtenga sus propias conclusiones.

Sweetgrass requiere paciencia y reclama un esfuerzo por parte del espectador para desentrañar el significado de lo que ve. Pero si se está dispuesto a aceptar el reto, resulta muy gratificante. Esa tranquilidad al narrar, y esa calma en el mirar, construye una película profundamente sensorial, atenta a los detalles, colores y sonidos.



Por medio de esta opción, los directores huyen del romanticismo y la mitificación, y apuestan por una mirada realista ante lo que filman. No engrandecen las vidas de estas personas, sino que muestran su trabajo en toda su crudeza, en los buenos y malos momentos. Estos vaqueros se quejan, gruñen, sueltan tacos y maldicen; pero a pesar de sus imperfecciones, o precisamente por ellas, resultan muy humanos. Del mismo modo, no nos presentan la naturaleza como algo edulcorado, sino que nos hacen testigos tanto de la belleza de un amanecer en las montañas, como del peligro que supone una tormenta. Esta apuesta por una mirada “realista” dialoga con tantos y tantos westerns que han escrito, a lo largo de la historia del cine, la propia historia del oeste americano. En la gran mayoría se imponía el mito a la realidad, aquí se apuesta por lo segundo. Sweetgrass  constituye el testimonio de una época que se acaba y que nunca volverá.

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